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Lo tuve, y aún lo recuerdo con nostalgia. Fue uno de los últimos buenos Allegorias, antes de que la línea acabara tristemente sus días en las secciones de descuento de las tiendas y los “duty-frees”.
Era la apoteosis del maquillaje invisible y la crema Nivea (¡la gloriosa crema nacida en 1911 y su icónica fragancia de lirios del valle, rosas, lavanda y jazmín ya tiene Eau de Toilette, pero es casi imposible conseguirlo fuera de Austria y Alemania!). Ese olor maravilloso a piel limpia y recién lavada con jabón del bueno. Hay una inesperada y entrañable belleza en las cosas más sencillas, y cuando somos capaces de encontrarla, se produce un placer inefable.
El lirio del valle de Diorissimo nunca me convenció del todo. Demasiado agrio, demasiado formal, demasiado maduro (ahora que no se puede usar hidroxicitronelal -la sustancia que desde comienzos del siglo XX se usaba para recrear esta flor imposible de destilar- más que en dosis homeopáticas, es un reflejo de algo que fue una vez). El de Gal era muy agreste, y además era un perfume de edición limitada, del que se pusieron pocos frascos en circulación.
Lilia Bella me hacía pensar en una belleza etérea, en un ángel, en un hada, en una princesa de tez inmaculada y perfecta, vestida de blanco y rodeada de un aura de luz e inocencia primaverales. En heroínas puras e inocentes. En la Odette de El lago de los cisnes, en Giselle, en la Christine de El Fantasma de la Ópera. Esa clase de damisela romántica que hoy en día ya no existe.
Imagino que la edición actual de Le Muguet, de la que sólo se ponen a la venta x frascos un sólo día del año con un frasco pijísimo, es algo así como la continuación de esta bellísima e insensatamente descontinuada fragancia. En los últimos años, Guerlain, más que maestro en fragancias, se ha convertido en maestro de reciclajes, engañifas y embelecos. La Crema Nivea de toda la vida versus la Crème de la Mer.