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Aerohopleneriklg – :
Recozco que en cuanto a perfumería, me quedé atascado en los años 90. Fui hechizado por todas aquella colonias que entre 1990 y 1994 aparecieron como reacción al barroquismo extremo de la década anterior, más frescas, más llevaderas y alegres. No he evolucionado desde entonces, mis gustos están ahí y esa es mi referencia pese a todo lo que ha venido después, que he probado o admirado con desigual fortuna.
En fin, aquí tenemos Jazz Prestige, un helecho noventero que es un flanker de Jazz. Lo primero que puedo decir es que si Jazz huele a 90’s, Jazz Prestige ES los 90’s. La primera mitad, por supuesto.
Esencialmente, se trata de un Jazz que se ha inyectado esteroides en sus partes más cristalinas y crujientes. Jazz Prestige, cuyo frasco, por cierto, reza “Concentrated Eau de Toilette”, es una declaración de amor a la frescura no acuática, a la brisa boscosa y al olor a verde picante y masculino. Ese olor era el colmo de la sofisticación en la época -cómo han cambiado las cosas, me digo con una lágrima en los ojos-, energético, poderoso, limpio y radiante como un mar por la mañana. La sociedad se había cansado de los olores recios y optaba por esto, por aromas nítidos pero potentes (Jazz Prestige es fuerte; no es para todos los públicos).
Podemos leer por encima las notas: musgo de roble en cantidades maníacas, lavanda, especias, flores y maderas. Pero dicho así es muy aburrido y no tiene sentido. Cuando utilizo Jazz Prestige, yo no huelo esto, yo huelo mi adolescencia descubriendo mi amor por la naturaleza, las mañanas de verano en que iba en bicicleta a un pueblo donde vivía un amigo mío para practicar artes marciales; el mediodía en casa, después de una ducha, y ver los nuevos videoclips antes del episodio de “Búscate la vida”; la experiencia de cosas muy sencillas e inocentes como enamorarse de cualquier chica que me dirigiese la palabra, mi fascinación por mi profesora de latín y mi lectura insaciable de los clásicos griegos; la Pepsi Crystal, la Cherry Coke y el auge de los zumos tropicales en botellas de vidrio; escuchar a los Beatles y sentirme como si hubiese visto a Dios; la Olimpiadas y el nuevo aire, tan limpio y vibrante como esas colonias, que se expandía por cada uno de los rincones de Barcelona. Tantas cosas y tan bonitas.
Pues sí, Jazz Prestige me huele a eso. Por supuesto que durante aquellos años también ocurrieron cosas malas, pero lo bueno que tiene el recuerdo, y el corazón, es que siempre se queda con la parte más luminosa, y si fuera posible destilarla con un alambique, el resultado sería muy parecido a este jugo.