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eunick – :
Hace un par de días, pisé una mina antipersona que se cayó del interior de un cuaderno mientras ordenaba mi despacho. Un pedazo de papel cuadriculado que se deslizó en el aire de lado a lado y quedó sobre el escritorio. En cuanto lo vi, sentí el clic fatal, ese sonido imperceptible que precedía a la explosión y que despedazaría mis entrañas en cuestión de milésimas de segundo. Una cara sonriente, dibujada con trazos simples, y al lado, este mensaje:
“Te quiero mucho, gordito.”
Descompuesto, casi cegado, tan solo esperaba que mi fino hilo de vida por fin se quebrara y me dejara volar hasta las estrellas. Que todos los años transcurridos desde que ella me escribió aquel mensaje se perdieran en un agujero de gusano. Que siguiera enamorada de mí y lanzándome esas señales, que no me hubiese equivocado nunca, que no se hubieran volado tantos puentes y tantos caminos y que el sol pudiese salir otra vez.
La canción tradicional inglesa “John Riley” expresa los ahnelos, los deseos de todo aquel que alguna vez ha amado. Una mujer, sentada en su jardín, observa cómo un pretendiente se le acerca y le pide matrimonio. Ella le responde que su amado salió al mar hace siete años, que aún no ha vuelto y que no se casará con otro que no sea él. ¿Y si ha muerto en alguna batalla? -le pregunta. Moriré cuando la luna mengüe, responde la mujer. ¿Y si se ha ahogado en el mar? Honraré su memoria. ¿Y si ha encontrado otro amor y se ha casado? Entonces les desearé salud y felicidad allí donde estén. El pretendiente le toma las manos, le besa y le dice que no llore más: él es John Riley.
La historia es hermosa pero evidentemente, la realidad es distinta y esto jamás hubiera sucedido. Siete años son muchos años y, con toda probabilidad, John Riley habría muerto en alguna batalla, se habría ahogado o, en el mejor de los casos, estaría casado con otra mujer. Y si hubiese vuelto, podría haber visto con sus propios ojos la nueva felicidad de su amada, casada otra vez, con hijos, y él convertido en un pequeñísimo recuerdo de una época que ya pasó. Podemos decir lo mismo de ese verso con el que acaba un famoso soneto de Quevedo para dibujar la idea del amor que pervive a la muerte: “polvo serán, más polvo enamorado”. La imagen resulta terriblemente estética, pero ese polvo nunca será enamorado, no será más que una pequeña partícula, fría y áspera, vagando aleatoriamente por la infinitud del espacio.
Solo tenemos una manera de afrontar la aplastante certeza de la vida y el pragmatismo de la carne y el hueso: los recuerdos, los sueños, los sentimientos. De aquí se alimentan historias como las anteriores, de la necesidad que tenemos de sublimar nuestro dolor, de convertirlo en algo con sentido aunque no lo tenga, del impulso maníaco de dejar constancia de que hemos vivido.
Por supuesto, los perfumes forman parte de este juego porque su poder evocador construye palacios sobre el aire, nos hacen recordar el recuerdo, experimentar sensaciones que yacen enterradas sobre infinitas capas de vivencias y de renuncias. Aquí entra el glorioso “Don Algodón”, con su humilde nombre y su sencillo frasco y un aroma que no propone más que una brillante bergamota y lavanda, con toques picantes y algo de tabaco. Fresco y acogedor, ponérselo después de la ducha es como meterse entre gruesas sábanas en una fría noche de invierno o como perderse unos instantes en el campo y encontrar finalmente el camino.
Su fórmula, sencilla y efectiva, da la seguridad de las cosas cotidianas y la esperanza de que siempre estará ahí para ti, pase el tiempo que pase, ofreciéndote sus reconfortantes chispas sin más pretensión que hacer tu vida más agradable.
Y cuando te lo aplicas, cuando tu piel siente su brisa especiada, su tono pulcro y genuino, puede llegar a parecer que, realmente, nunca pasó el tiempo entre aquella nota y el día que la encontré, que la amada de John Riley lo esperó contra viento y marea para ser felices de nuevo, y que las partículas de todos los seres que alguna vez habitaron la tierra insuflan el espacio con la pasión, el amor y la vida que sintieron en sus días de gloria.
corbon – :
Don Algodón para el hombre es una colonia azul no solo por su frasco, ya que parece alegre y muy viva con esa sedosa corteza de limón con la que abre, pero al momento, el tabaco, la nuez moscada y la lavanda, amenazan con un ligero sentimiento de melancolía y duda. Esta sensación permanece constante todo el tiempo en contraposición al espíritu valiente de la bergamota, que es la salvadora en todo momento y hacedora de la luz en este algodón azul vibrante.
Un aroma que encaja en la mañana ociosa del bar mientras la camarera te prepara el desayuno. Nada desentona alrededor cuando lo llevas y a pesar de su prudencia, se abrirá paso entre el aroma del café y las naranjas exprimidas.
e_maksi – :
Un Brummel desde un punto de vista juvenil y noventero.
La gente la tiene por “fresquita” y “sin pretensiones” Para mí de inocua no tiene nada. Inocua y refrescante es un Ck One o un Jean Marie Farina. Don Algodón para hombre es todo lo contrario de lo que yo entiendo por una fragancia que huele a salud, a confort relajado… pocas colonias me molestan tanto como esta, es como si su aroma me quemara en la nariz. Y debe seguir vendiéndose muy bien porque cuando menos me lo espero, salta la liebre y la capto por la calle.
Nigoless – :
Fue la primera “agua de baño” que me regaló mi hermano por allá en 97′ yo tenía 14 años, me encantaba. Y si la viera hoy la compraría sin dudar.
Woosseskava – :
La de años que lleva esta colonia en el mercado.Estupenda relación calidad-precio.Ya no recuerdo los frascos que he comprado para regalar a lo largo de estos años.
GOLOVA3004 – :
Colonia fresca para después de una buena ducha. Todo un clásico de fragancia económica y veraniega.
nicolai83 – :
mi chico la tiene (se la regale hace años) es muy fresquita y agradable (por cierto en la base de datos no esta el perfume oh de don algodon de mujer,lo tuve hace muchisimos años creo que fue mi primer perfume,me haria mucha ilusion ver sus notas)